Las últimas dos semanas de Enero nos fuimos al sur de vacaciones y a ayudar a mi hermana en la construcción de su casa, en Piedra del Águila
Salimos el lunes, porque el sábado teníamos un cumpleaños y el domingo terminamos de preparar todo; no partimos demasiado de madrugada, pero llegamos a General Acha al atardecer, para disfrutar la última hora de sol.
Paramos en un hotel a unos diez kilómetros del centro de la ciudad que estaba muy lindo. No era particularmente barato, pero la habitación tenía más camas de las que necesitábamos (para una familia más grande o un grupo de cinco o seis personas hubiera estado bien).
Al otro día desayunamos y recorrimos la segunda mitad del camino. Llegamos a Piedra del Águila con un viento increíble, que hizo que armar la carpa no fuera para nada sencillo. En un determinado momento habíamos armado la estructura base y entre cinco personas la sosteníamos para que no se vuele. La fuimos estacando al piso, y peleamos otro rato para ponerle el sobretecho, pero cuando estuvieron los vientos bien ajustados pudimos terminar de acomodarla mejor. Incluso la rodeamos de ladrillos en toda la base para que el viento no haga fuerza de abajo.
Lo bueno es que la carpa no se voló, pero realmente estuvo al límite: se rompió un agarre al piso, se desgarró en dos puntos más, y se hizo un siete bastante grande en el alero. Pero bueno, sobrevivió, ahora la tenemos que arreglar un poco (y reforzarla).
El día que llegamos no hicimos mucho más, pero al otro día ya arrancamos a trabajar temprano. La platea para las dos nuevas habitaciones ya estaba hecha, así como el caminito base para las hiladas de ladrillo (lo que incluía a los hierros que surgen de abajo para afirmar la estructura).
Como verán en la foto, no usamos ladrillos comunes para construir, sino ladrillos de hormigón celular curado en autoclave. Más allá de las ventajas propias del material (aislación acústica y térmica, resistencia al fuego, etc.), tengo que destacar lo increíblemente sencillo que es de trabajar con estos ladrillos, y lo rápido que se va construyendo la pared.
Por otro lado, a Diana y Gustavo se les ocurrió una casa "no cuadrada" (vean el perímetro de la pared en la foto), con lo que había que hacer muchos ajustes en los ladrillos de terminación, lo que implicaba medir, marcar, y cortar con la amoladora y el serrucho.
Así y todo, con la ayuda de mi viejo, del hermano de Gus y mía, unos días después ya teníamos las primeras hiladas con los refuerzos para las ventanas y todo (la primer hilada lleva un doble refuerzo de hierro).
Lo más complicado para trabajar era el clima. El viento estuvo complicado los primeros días, pero luego amainó. Pero el sol no dió tregua... nos levantábamos relativamente temprano (a las 9 seguro ya estábamos laburando), y teníamos que abandonar cerca del mediodía, para reanudar cuando el sol dejaba de partirte el marote. Lo mejor para el sol: tomar mucha agua, ponerse protector solar temprano y crema hidratante a la noche, y usar sombrero, que no solo te protege la cabeza sino también la cara y el cuello.
Al mediodía generalmente nos íbamos a comer al lago, aprovechando que el sol no empezaba a bajar hasta eso de las cuatro o cinco de la tarde. Entonces íbamos, nos tomábamos alguna cerveza, comíamos rico, dormíamos la siesta, y volvíamos al trabajo con las pilas renovadas.
En la segunda semana aprovechamos y salimos a pasear con Moni y Felu. Fuimos derechito a San Martín de Los Andes, donde conseguimos habitación de casualidad (estaba todo completo, pero recorrimos un par de lugares por indicación de la oficina de turismo y encontramos una habitación en un hotel).
Esa noche salimos a pasear un poco por la ciudad, visitamos un Museo sobre el Che Guevara, vimos un espectáculo musical en la plaza del pueblo, y comimos unas ricas pizzas.
Al otro día visitamos un par de miradores, y arrancamos a Bariloche, por el camino de los Siete Lagos: muy lindo, pero los últimos (muchos) kilómetros de ripio te ponen de la cabeza. Encima no podíamos bajar a Felipe del auto en todos los miradores, porque después no se quería volver a subir, así que algunos los vimos rapidito. Pero igual valió la pena, e incluso almorzamos en la playita del Lago Hermoso.
Cenamos en Berlina, un lugar de esos "alemanoides que hacen cerveza artesanal". Muy, muy bueno. Cien por ciento recomendable. No vayan a Bariloche sin pasar a cenar por Berlina. Las cervezas estaban muy bien (probamos de dos tipos solamente), y la comida estaba bárbara (pedimos una Ensalada Patagonia, se destacaban el tomate seco y el ciervo ahumado, espectaculares, y unos Raviolones de Cordero que estaban increíbles: para darles un detalle, al cortar el raviolón se notaba la fibra del cordero adentro, no era una pasta sino cordero de verdad). La atención también fue muy buena, y el único detalle que no nos gustó fue que el aceite de oliva que servían... ¡no estaba a la venta! (era de producción propia, y estaba tan rico que nos queríamos llevar una botella).
Al otro día, arrancamos para el centro, pasamos por la oficina de turismo y vimos qué cosas se podían hacer; como teníamos un día, básicamente teníamos que elegir qué de todo eso queríamos hacer en ese momento, y decidimos disfrutar más que conocer frenéticamente. Bajamos a una playita ahí en el centro para estar un rato, y luego fuimos a Playa Serena a almorzar. Ya de ahí arrancamos para el recorrido llamado Circuito Chico, que hicimos tranquilos (incluyendo una siesta a mitad de camino), y luego de vuelta al hotel, bañarnos, salir a comer a una parrillita, y al sobre.
El jueves partimos temprano del hotel, pasamos por el centro a tomarnos un helado, comprar algo de chocolate y algunas artesanías, y emprendimos la vuelta a Piedra del Águila. Llegamos al atardecer y comenzamos a preparar un poco todo porque al otro día nos volvíamos a Buenos Aires. La idea era volver durante el sábado y domingo, pero nos dejamos estar con la reserva del hotel y unos días antes ya no encontramos nada para el sábado a la noche, así que viajamos viernes y sábado (el viernes paramos en un hotel de Santa Rosa).
Encontramos las habitaciones de la casa bastante más armadas, casi listas para ponerles las ventanas y puertas, y con los chicos ya pensando el detalle del techo.
Al otro día nos levantamos tempranito, desarmamos y acomodamos todo, y arrancamos el viaje de regreso. La verdad que la vuelta se nos hizo mucho más corta que la ida, creemos que porque paramos bastante al medio día para comer, y eso nos cortó el día en dos. El viernes compramos pan y con cosas que ya teníamos en la heladera hicimos una picadita abajo de un árbol en las afueras de General Roca, y el sábado compramos empanadas y tortilla en una rotisería de Pehuajó y comimos en una plaza del pueblo. En ambos casos, yo manejaba toda la mañana, y un rato después de comer, ahí tomaba la posta Moni mientras yo dormía la siesta, y luego yo hacía un par de horas al final del día... creo que vamos a tratar de reproducir esta secuencia en los próximos viajes largos.
Más allá de los lugares lindos que conocimos estas vacaciones (todas las fotos, acá), este viaje se destaca por el hecho de haber ayudado a mi hermana a construir su casa. El hecho de estar levantando una casa con tus propias manos, en un lugar no demasiado amigable (mucho calor de día, frío de noche, por momentos vientos demasiado fuertes, mucho polvo) es una experiencia para nada despreciable, y que me alegro haber vivido.
Para mi hermana y mi cuñado debe ser más trascendente aún, porque estaban desde antes y se quedaban un par de semanas más, y están construyendo su propio hogar.