Sin tiempo a reaccionar, Bruno sintió un golpe en la nuca y un ramalazo de dolor se extendió por su cuerpo. Cayó desplomado y con los ojos cerrados, aunque estaba todavía consciente. Quiso abrir los ojos, pararse, correr, gritar, pero no podía controlar su cuerpo. Intentó tranquilizarse. Notó que alguien lo comenzaba a arrastrar, agarrando varias veces su cabeza para que no golpeara con los desniveles del piso.
Cuando dejaron de moverlo, lo apoyaron contra algo mullido. La curiosidad pudo más que el miedo, y con un esfuerzo de voluntad pudo entreabrir los párpados. Vio como un par de piernas se alejaban de él, y luego el resto del cuerpo entró en su campo visual: era Roxana Carabajal.
Ella fue hasta una puerta abierta, la cerró y trabó. Se dirigió para la izquierda de Bruno, quien para seguirla con la vista tuvo que girar apenas la cabeza. Vio como iba hasta una pileta y se lavaba cuidadosamente las manos. Luego se sentó en un sillón a un par de metros de él, sacó del cajón de una mesita un recolector de muestras idéntico al que él había comprado y una aguja, se pinchó un dedo y dejó caer algunas gotas de sangre sobre el gel de los cristales.
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