Al casi entrar en La Cumbrecita, una chica nos ofreció un folleto sobre una actividad. Nosotros teníamos un mapa y una duda, si una caminata que figuraba en el mapa efectivamente salía de una punta y terminaba en otra, o eran dos caminatas separadas.
Cómo la chica no tenía idea, fuimos a la Oficina de Turismo del lugar, dónde nos dieron un mejor mapa, y la recomendación que esa caminata, de 4 horas, debía ser hecha con guia, ya que los caminos no estaban del todo claros, y en estos días las nubes bajaban demasiado temprano. Pero nos marcó una caminata alternativa, que era por ese lado, pero por otro camino.
Este segundo camino tenía una duración de caminata de 50 minutos. Como nuestra idea era hacer luego una actividad a la tarde, y ya eran casi las once de la mañana, decidimos hacer esa caminata corta, y listo.
Arrancamos viaje, entonces. La caminata se comenzaba desde una punta de la ciudad, atrás de un hotel, por lo que encaramos para ese lado. Al llegar ahí, quise mirar algo en el mapa, pero a Moni se le había caido.... como yo estaba con la mochila, ella desanduvo las tres o cuatro cuadras hasta la Oficina de Turismo para pedir otro mapa, pero lo encontró antes en el piso.
Ahora sí, con mapa y todo, emprendimos viaje. Al principio estaba todo muy lindo, porque como todavía no habíamos salido de los alrededores de la ciudad, el camino era para autos y caballos, y con sombra. A los cinco minutos de paseo, el camino ya era más complicado, sólo para caballos, pero la sombra estaba muy piola. Obviamente, siempre subiendo.
Al raaaato de caminar, hicimos la primer parada técnica, no sólo para un pis sino para tomar un poco del agua que habíamos llevado (a decir verdad, lo mío era una botella de jugo de pomelo bastante diluído, y Mónica había cargado una botella de Ser naranja-durazno). La bebida estaba fresca, ya que la habíamos sacado de la heladera y envuelto en una toalla, adentro de mi mochila.
Seguimos caminando, entonces, un rato más. El primer intríngulis se nos presentó cuando el camino se dividía. Había un cartel que indicaba que para un lado estaba el cementerio, pero para el otro no decía nada. En nuestro mapa, el cementerio parecía estar más cerca del camino corto que del camino largo, así que al principio tomamos ese camino. Luego de un ratito vislumbramos que el camino se terminaba en las puertas mismas del cementerio, así que decidimos que ese camino era para el cementerio (justamente) y no parte de la excursión, así que volvimos sobre nuestros pasos y tomamos la otra rama del camino.
Caminamos, caminamos, y caminamos. El camino de tierra (o barro) y pasto fue dando lugar a un camino más seco, de muchas piedras sobre tierra, o directamente el camino no era más que unas marcas sobre la piedra misma. Los árboles fueron raleando cada vez más, hasta que terminaron de desaparecer. Subíamos y subíamos, y la vista era maravillosa.
Paramos un par de veces a tomar agua y ponernos protector solar. Veníamos ya con partes del cuerpo más quemadas de lo recomendado, y el sol pegaba bastante ahí en lo alto, sin sombras de ningún tipo. Claro, el sol ya estaba bastante alto.... eran como las doce y media...
La hora nos sorprendió, porque habíamos salido once menos diez, y la caminata era de unos cincuenta minutos. Habíamos parado un par de veces para tomar líquido o algo, pero habíamos seguido casi inmediatamente, sin perder demasiado tiempo. Pero el camino era claro, y seguimos. Un par de vueltas más tarde (como todo buen camino de montaña, es sinuoso), encontramos unos lugareños que venían bajando a caballo.
-Buen día-, saludamos.
-Buen día.
-Una pregunta, jefe, ¿es este el camino de la excursión?
-Así es- contestó-, van por buen camino.
Unos segundo más tarde, cuando ya los caballos habían pasado, les pregunté:
-¿Pero este es el camino corto o el largo?
-El largo-, contestaron casi al unísono, y al ver nuestra cara de desconcierto, uno de ellos prosiguió-. El camino corto es mucho más abajo.
-¿Sabrán cuanto falta para la cascada?
-Una hora y cuarto-, comenzó uno, pero el otro enseguida lo corrigió-. No, ni una hora, debe faltar un poco menos de una hora.
Les agradecimos, y con Moni tomamos la decisión de seguir por ese camino, total ya casi íbamos por las dos horas de viaje, y no faltaba tanto para la cascada misma.
Así que seguimos caminando. El camino subía y subía. El sol pegaba bastante. Pero las vistas eran muy lindas, así que la pasábamos bien. A Moni le dolía un poco la cintura, y a mí me había comenzado a doler un pie, pero estábamos bien.
Como una hora más tarde, alcanzamos a una familia (padre, madre, y un nene) que iba en nuestra misma dirección, pero se ve que un poco más lento. Los pasamos, y seguimos. Al rato nomás, llegamos a una parte en que parecía que el camino se acababa. Con Moni frenamos, dudamos. El señor nos alcanzó, caminó para otro lado, y encontró una huella de vehículo, así que seguimos por ahí. Unos diez minutos más tarde llegamos a una especie de cabaña o rancho. Pensábamos que la cascada (que justamente se llamaba Escondida), estaría ahi atrás, porque además estábamos a unos metros de un pequeño riachuelo que bajaba.
Pero no sabíamos cómo encarar. En eso salió un señor, al que le pregunté:
-Buen día, jefe, ¿el camino a la Cascada Escondida es por acá?
-Noooo, es mucho más abajo.
Nos miramos con Moni, sin saber qué hacer.
-¿Y sabrá indicarnos cómo llegar?- le pregunté al señor.
-Es fácil-, contestó.- Vuelven por este camino, siempre bajando, hasta que empiezan a subir. Ahí van a ver un pino, el riachuelo, y un abedul más allá; ahí van hasta el riachuelo y lo siguen, nomás.
Le agradecimos, y comenzamos a deshacer el camino andado, en compañía de la familia con la que nos habíamos encontrado. Volvimos, y en el punto en que antes habíamos frenado y dudado, vimos que el camino comenzaba a subir un poco. No vimos rastro de un pino y/o abedul, pero el riacho estaba cerca, así que decidimos ir hasta el mismo, y en todo caso seguir camino por su orilla.
Cruzamos una pequeña pradera. La familia tomó más para la izquierda, nosotros para la derecha. Bajamos hasta el riachuelito. Tratando de ver cómo seguir, noté que lo mejor era cruzarlo por unas rocas, y seguir por la otra orilla. Fuimos hasta ese punto, y me mandé primero.
-Ojo, que esa piedra mojada seguro es resbaladiza-, le dije a Moni.
Crucé yo, puse el pie derecho sobre esa piedra, me afirmé con una mano en una saliente, y luego puse también el pie izquierdo sobre la misma piedra. Cuando levanté el pie derecho para dar el último paso, el izquierdo resbaló y se me fue para el fondo del riacho, dándome un lindo golpe en la pierna, y terminando con las dos zapatillas completamente mojadas.
Moni pudo cruzar mejor, con la ayuda de mi mano, y seguimos caminando, siguiendo el río. Unos metros más tarde, no pudimos seguir y volvimos a cruzar el río, trepando nuevamente a la orilla original, y continuamos recorriéndola, a veces incluso separándonos del río.
En un punto nos volvimos a cruzar con la familia, que estaba intentando cruzar una parte del río, pero nosotros seguimos por la montaña, tratando de seguir al río pero no al detalle en la orilla, sino más arriba en la montaña. Luego de caminar y trepar unos diez minutos (obviamente a campo abierto, sin ningún tipo de camino ni nada), vimos que estábamos en problemas.
Al río lo teníamos mucho más abajo, no había forma fácil de bajar, y para arriba teníamos unos picos imposibles de escalar. Se abría una pradera a la derecha, que quizás nos permitiría ir bajando de forma menos peligrosa hasta el riacho, que había tomado un camino distinto e iba más para el sur. Yo iba adelante, tratando de ir encontrando el mejor camino, cuando me resbalé, caí sentado de culo, y comencé a deslizarme. Instintivamente me di vuelta y terminé boca abajo, pero firme sobre el terreno. Me paré y volví a donde estaba Moni, sin más consecuencia que mi pantalón mojado y embarrado, y un buen susto de ella, :).
Obviamente ese no era el mejor camino, buscamos y encontramos otro, y llegamos a esa pradera. Allí notamos que el descenso, aunque más parejo, no iba a ser fácil, ya que la pradera estaba húmeda, y con un resbalón allí íbamos a terminar en el fondo del valle. Antes de tomarlo, decidimos escalar hasta arriba del pico y ver qué encontrábamos del otro lado, para ver mejor qué hacíamos. Trepamos, y cuando llegamos arriba encontramos el camino por el que habíamos venido. La decisión fue fácil: antes de tratar de seguir el río, que realmente no sabíamos a dónde nos llevaba, elegimos volver por el camino conocido.
Como a la media hora de caminar el regreso, Moni encontró otro camino que parecía salir desde el principal. Como estábamos todavía con la ilusión de encontrar la cascada, decidimos explorarlo un poquito. Este nuevo sendero prometía: cada tanto veíamos unas piedritas apiladas arriba de las rocas, a modo de señal, y luego de caminar un rato encontramos un pino, el riachuelo, y otro árbol de fondo que bien podría ser un abedul. Pero tratamos de seguir por dónde indicaba el camino, y no pudimos encontrar por dónde seguir (ahora, mientras escribo esto, creo que quizás no era tan claro el sendero porque el riacho estaba bastante crecido, en función de las lluvias de los últimos días).
Decidimos remontar la bajada, nuevamente hasta el camino original, y continuamos el regreso. Luego de caminar un rato nos encontramos con una pareja que venía haciendo el mismo camino. A ellos les contamos lo aprendido con respecto a dónde llevaba el camino, y nos enteramos por ellos que el camino alternativo, que iba a la Cabeza del Indio, no estaba lejos de allí (ellos habían venido por ese camino). Luego de charlar unos minutos apenas, los despedimos y seguimos adelante. Un rato más tarde, con Moni frenamos unos minutos porque ella estaba apenas mareada, y vimos que el muchacho venía hacia nosotros, mientras la novia exploraba otro camino. Nos contó que estaban tratando de encontrar el camino hacia la cascada, y de paso nos señaló lo que era la piedra a la que llamaban Cabeza del Indio.
Se veía lejos, con unas personas sacando fotos, y atrás de la misma se intuía un camino. Con Moni no encontrábamos el sendero para ir hasta allí, así que decidimos cruzar el campo a lo bruto, sin importar camino, hasta llegar a dónde estaba esa gente. A esa altura del viaje parecía una tontería, y no fue gran cosa. Vimos cual era la piedra en cuestión, y llegamos a ella, pero no vimos la Cabeza que suponíamos debíamos ver.
Pero sí encontramos el camino para ir hacia el pueblo, así que seguimos por ese sendero. A los cinco minutos encontramos dos muchachos que habían arrancado hace poco el camino, así que nos enteramos que estábamos cerca. Seguimos caminando y descendiendo hacia el pueblo, y en un cuarto de hora más ya estábamos al final del camino.
¡Habíamos llegado finalmente al pueblo! Pero ahí nomás estaba el cartel para ir a ver otra cascadita, a quince minutos de caminata. Y como ya estábamos en el baile, seguimos bailando, y nos fuimos hasta la cascadita esta. El camino no era tan complicado, pero nosotros estábamos más que cansados. Llegamos a la cascada, y descansamos un rato.
Luego emprendimos el regreso, desandando el camino hacia la cascada, y luego bajando desde ese lugar del pueblo hasta la entrada del mismo, donde teníamos el auto y habían unos bares y restaurantes.
Ahora con toda la historia contada, les puedo comentar mejor el mapa que les mostré al principio. Nosotros arrancamos desde Pueblo A. El camino indicado como verde-azul-verde, hasta Pueblo B es el que teóricamente duraba cincuenta minutos. El camino indicado como verde-rojo-verde es el que teóricamente duraba cuatro horas. Nosotros hicimos el primer tramo en verde, casi todo el rojo (nunca llegamos a la cascada escondida) más el punteado hasta la casa del baqueano, más las exploraciones varias, el verde hasta el pueblo nuevamente, y encima el naranja hasta la cascada grande, :)
Llegamos al final luego de seis horas de paseo. Estábamos al límite de nuestro estado físico, no tanto por la caminata, sino también por las vicisitudes vividas, y especialmente porque no habíamos comido absolutamente nada desde el desayuno en casa. Así que, a riesgo de adelgazar algo, cuando llegamos a la entrada nos clavamos una cerveza y unas papas fritas, :).
Volvimos a casa enseguida, casi sin poder caminar. Llegamos y nos bañamos; yo estaba bastante roto: una ampolla en cada pie, obviamente ya reventadas, un raspón en la espalda, justo arriba del culo, y un huevo en la mitad de la pierna. Moni estaba sólo dolorida, en función del esfuerzo realizado.
Comimos algo, y nos fuimos a dormir: eran las ocho de la noche, pero estábamos agotados. Yo creí que iba a dormir un rato y luego levantarnos, ¡pero dormimos doce horas seguidas! Como dijeron Los Bitle en su momento, anochecer de un día agitado. ¡Si señor!