Uno de los efectos de las atracciones gravitatorias entre los cuerpos celestes más conocidos por los pescadores es la llamada Fuerza de Marea.
El término en si es más genérico, y paso a explicarlo. Si tenemos dos cuerpos muy grandes, por ejemplo, un planeta y su luna, el planeta ejerce una fuerza debido a su campo gravitatorio sobre el cuerpo más chico (y viceversa pero no quiero llegar ahí todavía). Debido a que el campo gravitatorio pierde intensidad con el cuadrado de la distancia, la fuerza ejercida sobre el cuerpo menor es mayor del lado cercano al cuerpo grande que del lado lejano. A veces, esta diferencia de fuerzas es tan grande, que termina despedazando al cuerpo chico: por eso en Saturno no tenemos casi lunas sino miríadas de cascotitos que forman los anillos.
Cuando el cuerpo no es totalmente sólido, el efecto es otro. Imagínense que agarramos un planeta y le echamos algo de líquido como para formar algunos océanos y unos cuantos mares (o directamente imagínense a la Tierra). El efecto de los otros cuerpos celestes se traduce principalmente en que el líquido se irá reacomodando sobre la superficie del planeta para estar más cerca de los otros cuerpos.
En nuestro caso, los cuerpos celestes que más influyen son la Luna y el Sol. Y el efecto observable sobre nuestra querida agua son las mareas (que como ya deberían deducir sólos, tienen su punto más alto o bajo (según de que lado se las mire) cuando la Luna y el Sol tiran para el mismo lado).
La Fuerza de Marea provoca un efecto secundario, debido al movimiento de las masas de líquido, que es sacarle energía de rotación al cuerpo afectado. Por ejemplo, la Luna sufrió este efecto en gran cantidad (por tener la Tierra cerquita) cuando todavía era líquida, y el efecto que hoy apreciamos es que dejó de girar y quedó anclada a nuestro planeta, mostrándonos siempre la misma cara.
La Tierra también sufre este efecto, y aunque todavía no dejó de girar, cada vez lo hace más lento. ¿Cómo nos complica? Fácil: nuestro sistema de medición del tiempo dice que tenemos 60 segundos en un minuto, 60 minutos en una hora, 24 horas en un día, y que el día es lo que tarda en girar la Tierra sobre si misma.
Que la Tierra gire cada vez más lento, sumado a que nosotros definimos un segundo en función de relojes atómicos que son mucho más estables que los planetas, nos da como resultado que tarde o temprano difieran y tengamos que ajustar uno o el otro. Como no podemos hacer que los átomos pulsen más lento, ni tampoco acelerar la rotación de la Tierra, lo que hacemos es ajustar la relación entre ambos contadores.
Y es por eso, que este fin de año, por recomendación del International Earth Rotation and Reference Systems Service, tendremos un minuto de 61 segundos. Lo que debemos hacer nosotros es, en nuestros relojes, cuando sean las 00:00:01 del nuevo año, resetearlo a 00:00:00 nuevamente.
Y listo, aprovechamos ese segundo que nos ofrece la naturaleza, nos tomamos un vermouth con papas fritas, y ¡good show!