Fin de semana de paseos

Viernes tarde-noche: Zaandijk

El viernes a la tarde terminamos el curso temprano, porque los chicos de Grecia tenían que tomar el avión a las 5 de la tarde, y como debían estar dos horas antes, cortamos el curso al mediodía, después de comer. Como teníamos algunas horas de sol por delante decidimos ir a conocer alguna otra ciudad. Tenemos una guía que nos dieron en el primer taxi donde comentaban de una ciudad cercana a Amsterdam, en la que se podían encontrar algunos molinos de viento.

Fuimos a la estación y sacamos los pasajes hasta la ciudad que indicaba la guía. Cuando llegamos allí nos encontramos con un pueblo chico, pero con una peatonal activa (aunque el centro de informaciones para turistas estaba cerrado). Como no sabíamos bien para dónde ir, preguntamos, ¡y nos dijeron que en esa ciudad no había molinos!, y que el lugar al que queríamos ir estaba dos paradas de tren más adelante.

Volvimos a la estación, compramos los tickets correspondientes, y por fin llegamos a la ciudad. También pequeña, sin peatonal, pero mucho más limpia que la anterior. Carteles en la calle nos guiaban y llegamos, luego de caminar unas cuadras, a la zona de molinos. Era a la vera de un río, donde gracias a dos plantas procesadoras (creo que de cereales y cacao) había un olor particular en todos lados.

Los famosos molinos de viento

Es una zona muy muy pacífica, realmente dudábamos si vivia gente allí, ya que estaba todo muy quieto (demasiado quieto: gente vivía en esas casas, pero digamos que la época no era muy turística...). Estaban los molinos, algunos en funcionamiento inclusive. Por lo que pudimos entender, no se usaban para extraer agua ni moler grano, sino para preparar tinturas para ropas.

Tomamos el camino de vuelta y nos desviamos para ver otro molino, este dentro de la ciudad. Luego nos tomamos un cafecito en un bar y fuimos a la estación a esperar el tren de vuelta a Utrecht.

Sábado: Amsterdam

El sábado arrancamos temprano, luego de desayunar. Nos fuimos hasta Amsterdam donde contratamos un paseo en bote por los canales, en el que van explicando un poquito lo que ves, y tienen paradas en las que podés bajarte y volverte a subir en otro bote del mismo recorrido. Es un lindo paseo.

En la primer parada nos bajamos: teníamos una feria (mercado de pulgas) y la Casa Rembrandt para ver. Pensé que la feria iba a ser interesante, pero solamente tenía cosas usadas, viejas, y caras. Pegamos dos o tres vueltas y seguimos camino.

La Casa de Rembrandt estuvo muy interesante. Aparte de estar ambientada como en la época, decorada con los cuadros que él tenía en ese momento (propios y ajenos), hubieron dos demostraciones. La primera fue de etching, y la segunda de cómo preparar óleos.

Un capo, Rembrandt

Etching es un proceso de estampado, donde primero se graba con ácido una plancha de cobre (se cubre la superficie de la plancha con un material resistente al ácido, se "dibuja" sobre ese material, elimininándolo controladamente, y se sumerge la plancha en ácido, con lo que el ácido penetra en el cobre en las partes "dibujadas") y luego se utiliza esa plancha para hacer impresiones (se pone tinta en la plancha, haciendo que la tinta entre en los surcos de la misma, luego se limpia la plancha para eliminar todos los excedentes, y se pasa por la prensa para bajar la tinta al papel). El señor que hacía la demostración usó los mismos materiales que usaba Rembrandt (notable la tinta: de huesos quemados) y la verdad que la impresión quedó muy bien.

La otra demostración fue dada por una chica, y comenzó explicando de dónde se saca cada pigmento para realizar los distintos colores. Piedras, huesos, plantas, tierras; todo es usado para lograr algún color. Luego de procesar cada cosa se obtiene un polvo del color necesitado, el que se mezcla con un aceite especial hasta que se logra el óleo con la consistencia necesaria. En total, el trabajo es largo, complicado y arduo, por lo que normalmente lo hacían los estudiantes de Rembrandt, no él (así cualquiera).

Volvimos a tomar el bote, y nos bajamos en la otra parada, para ir al Museo Van Gogh. Un edificio imponente, con mucha seguridad y muchos cuadros caros. Una porquería el hecho de que te obligaban a dejar la mochila pero no se hacían cargo de su seguridad, y que no te dejaban filmar. Pero aprendí bastante sobre la historia de Van Gogh (¡no sabía que sólo había pintado 10 años!) y fue interesante poder ir viendo algunos elementos de su obra en órden cronológico.

Otro capo, Van Gogh

Luego fuimos a comer, a un restaurant que encontramos cerca de allí. A la mitad del almuerzo nos sorprendió una manifestación: hombres, mujeres y niños con pancartas que iban desfilando por la plaza donde estaba el restaurant. Averiguamos, y la moza nos dijo que esa manifestación era porque el precio de los alquileres estaba subiendo en Amsterdam, y algunas personas querían que el estado intervenga para forzarlos a permanecer en el valor actual.

Luego del almuerzo, y como faltaba una hora para poder continuar el paseo en bote, decidimos caminar hasta La Casa de Ana Frank. Cuando llegamos allí, nos encontramos de que no íbamos a poder entrar: no se puede ingresar con mochilas y tampoco tienen lugar donde dejarlas. Estuvimos pegando un par de vueltas por el centro, y decidimos entrar a un shopping antes de volvernos. Se llamaba "Magna Shopping", pero era chico, cerraba a las 19 (como todo en Holanda), ¡y hasta había que pagar para ir al baño!

Domingo de Brujas

El domingo nos levantamos bien temprano (antes de que abrieran el lugar para desayunar incluso), ya que teníamos un viaje muy largo: salimos para Brugge, Bélgica. Había que hacer dos combinaciones, y aunque no teníamos demora entre tren y tren, el viaje total era de tres horas y media.

Por suerte el clima nos acompañó y fue un día soleado, diáfano. La ciudad es muy linda, pequeña, pintoresca. Tiene algunos edificios muy viejos, otros más nuevos, pero siempre respetando una arquitectura muy particular. La ciudad en general es muy turística, y todo el tiempo están desfilando contingentes de aquí para allá.

Idílico

Comimos al mediodía en un lugar que nos pareció lindo, pero no nos quisieron dar agua caliente (¡me contestaron "nosotros no hacemos eso"!), así que me fui enojado de esa porquería de restaurant. Luego de comer seguimos caminando, y nos sorprendió que era avanzada la tarde y seguía habiendo un lindo sol (quizás fue suerte, quizás fue que estábamos un grado más al sur). Cuando empezó a caer la noche enfilamos para la estación de tren, donde nos tomamos un café (acá sí nos dieron agua caliente, y la chica que nos atendió habló todo el tiempo en un castellano forzado pero bueno).

Germán encontró una máquina en la estación que era para imprimir fotos. Teóricamente uno le conectaba la memoria de la cámara, le ponía el dinero correspondiente, y la máquina imprimía las fotos que uno elegía. Era interesante, y quizo probarla, pero no funcionaba.

Volvimos, y lo largo del viaje nos mató: cuando llegamos ni siquiera comimos, nos fuimos a dormir directamente.

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